viernes, 22 de junio de 2012

Poesía desnuda


El verdadero músico no expresa; el verdadero músico es la expresión. No era la primera vez que escuchaba esa frase. Esas mismas palabras habían salido de la boca de su maestro en otras ocasiones, siempre acompañadas de ese halo de misterio que envolvía la figura de aquel hombre genial. Ella siempre había intuido que tras esa afirmación, aparentemente simple, se escondía algo mucho más profundo. Conocía a su profesor de piano lo suficiente como para saber que los comentarios de ese tipo siempre encerraban algo más.

Volvió a empezar la pieza. No obstante, esta vez concentró toda su energía en los dedos, que mantuvo prácticamente pegados al teclado durante toda la obra. Y tocó, casi inmóvil, pero sin tensión, consciente del peso de su propio cuerpo. No hizo falta apenas esfuerzo. No pensó en melodías, ni en armonías, ni en digitaciones. Ni siquiera pensó en hacer música, porque, en ese momento, ella se convirtió en música. El piano se fundió con sus extremidades, con cada centímetro de su piel, con cada uno de los músculos de su cuerpo, con su mente, con todo su ser.

Dejó que sus pensamientos la abandonasen. Mantuvo los ojos abiertos, pero sin ver. De repente, la coraza no estaba. Ese muro terrible, que siempre la había mantenido presa y que en tantas ocasiones le había granjeado los calificativos de gélida e insensible, tenía una grieta, y por ella manaron las emociones que había ido ocultando tras aquella pared durante 23 años. Se sintió expuesta y vulnerable, pero no le importó. Como la poesía desnuda de Juan Ramón Jiménez, su música acaba de desprenderse de todo artificio.

Terminó la pieza y, durante unos segundos, no fue capaz de articular palabra, abrumada como estaba por aquel torrente que acababa de brotar de su interior. Supo que algo acababa de cambiar. El piano y ella habían sido uno: solo música, solo expresión, solo sonido. El verdadero músico no expresa; el verdadero músico es la expresión. No era la primera vez que escuchaba esa frase, pero sí era la primera vez que comprendía plenamente su significado. Su maestro le sonrió, con aquellos ojos del color del mar brillantes de emoción…

* * *

Llegó a casa y se sentó al piano inmediatamente, sin quitarse el abrigo siquiera. Tenía que comprobar que lo que acababa de experimentar era real. La coraza volvió a abrirse y sintió de nuevo ese calor en el pecho que le brotaba directamente del alma. Al final, lo más importante a la hora de tocar es el cariño. ¿Cómo no amar una pieza que había hecho completamente suya? Ahora estaba sola y ya no pudo reprimir las lágrimas, que cayeron sobre las teclas blancas y negras, una tormenta de emociones. Después de tantos años, lo había conseguido. Había encontrado algo que ya nadie podría arrebatarle jamás: su sonido.

martes, 21 de febrero de 2012

Cuida de mí


Cuéntame un cuento de buenas noches
Y abrázame hasta que me quede dormida en tu regazo
Pero, sobre todo,
No permitas que me hunda en la amargura de mis propias lágrimas

Susúrrame historias al oído
Y acurrúcate conmigo bajo las mantas
Pero, sobre todo,
Cúrame las heridas para que mi corazón pueda volver a latir

En esta noche fría de invierno
Cuida de mí
Ya no sé hacerlo yo sola.

lunes, 20 de febrero de 2012

Sonrisa


Siempre había tenido una especie de sexto sentido para las personas, que decidía por ella si merecía la pena que alguien a quien acababa de conocer formase parte de su vida. Y siempre se había dejado guiar por él. Nunca había entendido cómo funcionaba, pero sabía que era más fuerte, más puro, que su propia razón. Sola, en la cama, con las luces apagadas y el corazón encendido, pensaba en ese poder misterioso que siempre le había hecho ver más allá de lo que se puede apreciar a simple vista.

Se sentía confusa. El castillo de naipes en el que había basado su vida durante los últimos años había saltado por los aires, y estaba segura de que ya nunca iba a volver a hallar la solución de una ecuación que llevaba resolviendo con los ojos cerrados demasiado tiempo. Sin embargo, lo que más la desconcertaba en ese momento, en esa cama, con las luces apagadas y el corazón encendido, era la fuerza de una sonrisa. Una sonrisa que le había pasado desapercibida hasta que su sexto sentido decidió por ella, otra vez.

Y esa sonrisa se le había quedado grabada a fuego en la retina desde aquella noche que él la acompañó a casa. Y ahora la veía por todas partes: en la sopa, claro, y hasta en las teclas del piano. Ahí estaba, omnipresente, persiguiéndola día y noche, noche y día, con sus dientes blanquísimos. Y esos ojos (porque él también sonreía con los ojos), que habría besado sin dudarlo en la oscuridad de las calles desiertas de haber sido otras las circunstancias.

Salud y suerte