viernes, 29 de julio de 2011

New York, New York (I)

Hace un par de meses, creía que este verano sería como los dos últimos: no especialmente bueno, pero tampoco malo en exceso. Pensaba que sería un verano más, de esos que, al cabo de los años, no se recuerdan, una sucesión monótona de días calurosos con sus sofocantes noches, de las que no dejan dormir. En definitiva, un verano más en Extremadura.



Sin embargo, las cosas no podrían ser más diferentes. Después de pasar por Austria y Polonia y de un trabajo relámpago en un palacio perdido en medio de los Alpes suizos, les ha tocado el turno a los Estados Unidos de América. La verdad es que en la vida imaginé que cruzaría el charco nada más terminar la carrera. Se trataba de uno de esos proyectos a largo plazo que todo el mundo tiene y que espera realizar algún día, pero no ahora, ni dentro de un mes, ni dentro de dos años. Y, a pesar de todo, ¡aquí estoy!


Ahora vivo en Nueva York, en un edificio típicamente estadounidense, con muchos pisos y los pasillos de moqueta verde, al lado de un parque que es el hogar de unas cuantas ardillas.





Voy al trabajo volando.





Bueno, casi.




Cada mañana, recorro en autobús la Segunda Avenida, que, a esas horas, está llena de mujeres y hombres de negocios que van a trabajar, café en mano. En la ONU, he tenido suerte y me han dado un despacho para mí sola, con el nombre en la puerta y todo. Eso sí, no tiene ventanas, ya que eso se reserva a los funcionarios de más categoría. Esta soy yo un día cualquiera en mi cubículo.






Los primeros días han sido duros (empezar siempre es difícil), pero he contado con el apoyo de muchas personas, que, ya sea aquí, ya sea desde distintos lugares del mundo, me han ayudado mucho. A todos, gracias de corazón.



Salud y suerte.