miércoles, 10 de agosto de 2011

New York, New York (II): de problemas técnicos, bomberos y pisos fantasma

Los problemas técnicos


Es un hecho: el ordenador del despacho me odia. Todo empezó el viernes por la tarde, cuando me marché a casa. Hasta ese momento, todos los programas habían funcionado con normalidad. Sin embargo, cuál no sería mi sorpresa el lunes por la mañana, cuando abrí el texto que había dejado a medias la semana anterior y... ¡Horror! Cada vez que intentaba borrar algo, aparecía un mensaje de error en la pantalla. Puedo prometer y prometo que yo no he hecho nada. Hubo quienes se atrevieron a intentar arreglarlo, sin éxito alguno, claro. Afortunadamente, sigue dejándome sobreescribir, al menos, de momento.


Hoy he vivido la segunda parte de mi drama informático particular. Muy osada yo, esta tarde había decidido empezar a utilizar las herramientas que me habían estado enseñando para inaugurar el texto nuevo y... ¡Horror! El menú ha desaparecido sin dejar rastro de Word. Dos compañeros de la oficina han venido a intentar solucionarlo, han probado toda clase de trucos, se han peleado con el trasto a muerte, incluso le han dedicado algún improperio (con cariño, eso sí), pero ni eso ha servido para ablandar el corazón cableado del dichoso cacharro. Parece que a mi ordenador no le hizo mucha gracia que lo dejase solito todo el fin de semana... Cruzaremos los dedos, no vaya a ser que me la tenga guardada para mañana.


Los bomberos


A primera hora de la tarde, hemos tenido un seminario, algo buenísimo para la hora de la siesta. Estábamos todos sumidos en un agradable sopor posprandial cuando, de repente, un ruido infernal nos sacó de nuestro ensimismamiento: la alarma de incendios. Pocos minutos después, un señor con cara de pocos amigos irrumpió en la sala y nos invitó a evacuar el edificio. Afortunadamente, no estábamos en el piso 11, sino en el 7, así que tampoco tuvimos que bajar tantas escaleras (evidentemente, los ascensores no funcionaban). Al llegar abajo, otro señor nos informó de que se trataba de una falsa alarma. Íbamos a volver a subir, pero había un problema de envergadura: los ascensores seguían sin funcionar. Conclusión: decidimos salir a la calle a tomar el aire.


Estábamos charlando tranquilamente en la acera, cuando se oyó otro ruido infernal y dos camiones de bomberos doblaron la esquina a toda velocidad, con las luces de emergencia encendidas y la sirena a todo trapo. De ambos vehículos salieron unos cuantos armarios de cuatro puertas, con casco incluido, armados hasta los dientes con todo tipo de artilugios, desde extintores hasta hachas, que entraron a todo correr en nuestro edificio. Otro se encargó de abrir un hidratante de incendio típicamente estadounidense, que inundó un lado de la calle en pocos minutos. Después de todo este despliegue de medios, los pobres se enteraron de que lo único que ocurría era que alguien había cometido el grave error de querer tostar unas rebanadas de pan, y se marcharon por donde habían venido.


Los pisos fantasma


No me siento orgullosa, pero tardé casi dos semanas en darme cuenta: ni el edificio donde vivo, ni el edificio donde trabajo tienen piso 13. Del 12 se pasa directamente al 14. Supongo que no me paré a mirar si faltaba algún número en los botones del ascensor porque daba por supuesto que no era así... Lo mejor de toda esta historia es que parece ser una práctica habitual, al menos, en los Estados Unidos de América. Es, cuanto menos, curioso. Hay algunas teorías que incluso afirman que, en los edificios oficiales, dicho piso fantasma se destina a actividades ultrasecretas y por eso se hace creer al resto del mundo que no existe, aunque esto me resulta bastante difícil de creer. Espero que las personas que sufran de triscaidecafobia estén contentas.


Sin embargo, la cosa no queda ahí. En otros países, son otros los números que se borran discretamente del mapa de botones de los ascensores. Por ejemplo, el 4, en China, lo que lleva a que desaparezcan también el piso 14, el 24, y así sucesivamente. El motivo de ello es que, al parecer, la pronunciación en mandarín de este fatídico dígito coincide con la de la palabra muerte. Ahí es nada. A veces, los chinos siguen la costumbre estadounidense y eliminan también la planta 13, porque, ya puestos, dan lo mismo ocho que ochenta. ¡Es una locura! Evidentemente, siempre hay quien sabe reírse de lo que a otros les da pavor, y no son pocos los libros, películas, etc. sobre el tema.


Señoras y señores, parece ser que he vuelto para quedarme. Al menos, por ahora. ¡Feliz tarde de miércoles!


Salud y suerte.

2 comentarios:

Jameson Brown dijo...

¿que signífica «un señor con cara de pocos amigos»?

Cañonesymanzanas dijo...

Punto número 1: La foto es tuya?
Punto número 2: Tan armarios eran los bomberos? Deberías haberles echado una foto, jeje. Pobrecillos.
Punto número 3: Qué curioso lo del número 13 :S, raro! Parece que esas cosas sólo podrían darse en Yankilandia, pero visto lo visto con lo del número 4... joba, qué mal está.. el mundo? / la gente?. Cachondeo de plantas xD
Cómo te has enterado del caso chino?