lunes, 20 de febrero de 2012

Sonrisa


Siempre había tenido una especie de sexto sentido para las personas, que decidía por ella si merecía la pena que alguien a quien acababa de conocer formase parte de su vida. Y siempre se había dejado guiar por él. Nunca había entendido cómo funcionaba, pero sabía que era más fuerte, más puro, que su propia razón. Sola, en la cama, con las luces apagadas y el corazón encendido, pensaba en ese poder misterioso que siempre le había hecho ver más allá de lo que se puede apreciar a simple vista.

Se sentía confusa. El castillo de naipes en el que había basado su vida durante los últimos años había saltado por los aires, y estaba segura de que ya nunca iba a volver a hallar la solución de una ecuación que llevaba resolviendo con los ojos cerrados demasiado tiempo. Sin embargo, lo que más la desconcertaba en ese momento, en esa cama, con las luces apagadas y el corazón encendido, era la fuerza de una sonrisa. Una sonrisa que le había pasado desapercibida hasta que su sexto sentido decidió por ella, otra vez.

Y esa sonrisa se le había quedado grabada a fuego en la retina desde aquella noche que él la acompañó a casa. Y ahora la veía por todas partes: en la sopa, claro, y hasta en las teclas del piano. Ahí estaba, omnipresente, persiguiéndola día y noche, noche y día, con sus dientes blanquísimos. Y esos ojos (porque él también sonreía con los ojos), que habría besado sin dudarlo en la oscuridad de las calles desiertas de haber sido otras las circunstancias.

Salud y suerte

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